sábado, 15 de octubre de 2011



 "Cuando me quedé solo, a mis treinta y dos años, me mudé a la que fuera la alcoba de mis padres, abrí una puerta de paso hacia la biblioteca y empecé a subastar cuanto me iba sobrando para vivir, que terminó por ser casi todo, salvo los libros y la pianola de rollos.


 Durante cuarenta años fui el inflador de cables de El Diario de La Paz, que consistía en reconstruir y completar en prosa indígena las noticias del mundo que atrapábamos al vuelo en el espacio sideral por las ondas cortas o el código Morse. Hoy me sustento mal que bien con mi pensión de aquel oficio extinguido; me sustento menos con la de maestro de gramática castellana y latín, casi nada con la nota dominical que he escrito sin desmayos durante más de medio siglo, y nada en absoluto con las gacetillas de música y teatro que me publican de favor las muchas veces que vienen intérpretes notables. Nunca hice nada escrito de escribir, pero no tengo vocación ni virtud de narrador, ignoro por completo las leyes de la composición dramática, y si me he embarcado en esta empresa es porque confío en la luz de lo mucho que he leído en la vida. Dicho en romance crudo, soy un cabo de raza sin méritos ni brillo, que no tendría nada que legar a sus sobrevivientes de no haber sido por los hechos que me dispongo a referir como pueda en esta memoria de mi grande amor.


 El día de mis noventa años había recordado, como siempre, a las cinco de la mañana. Mi único compromiso, por ser viernes, era escribir en la nota firmada que se publica los domingos en El Diario de La Paz. Los síntomas del amanecer habían sido perfectos para no ser feliz: me dolían los huesos desde la madrugada, me ardía el culo, y había truenos de tormenta después de tres meses de sequía. Me bañé mientras estaba el café, me tomé un tazón endulzado con miel de abejas y acompañado con dos tortas de cazabe, y me puse el mameluco de lienzo de estar en casa."



Gabriel García Márquez. Memoria de mis putas tristes

lunes, 10 de octubre de 2011

Paz


Con los ojos abiertos, reboso de gallardía
Ya no es pura elocuencia pensar en la disolución del eterno ego
Ya no es puro presente, ni mísera soledad
Ya no es el miedo que nos envuelve y nos impide empezar

Mi vida ya no es la misma, ¿o es que alguna vez lo fue?
Demasiado joven, muy inexperta
Mi mente no es un arma,
Nunca he querido asesinar pensamientos

Un miedo a lo razonable solía ser la respuesta
Nacida con la cabeza hacia el cielo
Olvidando el punto de fuga
Aquel que pretende observarnos y tenernos día a día

Ya no es la belleza ni la melancolía
Es la pureza de un alma
Que en el mito del eterno retorno
Ya no se siente perdida

Con los ojos abiertos hoy te miro de frente
Ya nada es intenso al ser lo que es
Ni mucho menos perverso
Como aquello que nos cobijaba de las desidias

Siendo los conceptos ya un sin sentido
Se han vuelto inmanentes,
Al fin veo la generosidad invisible,
El cosmos eterno de la pluralidad

Ya nada es preciso, ni mucho menos constante
Hace falta un ruido para que venga el caos
Ese anhelo puro, lleno de deseos intrigantes
Un desconcierto  creer que puedas gustarme

Siendo que el verde es lo que te camufla
Es el mismo verde lo que destruyes
Sin más que racionalizar,
Tengo los ojos abiertos

Al fin puedo desearte desde esta dimensión
Una libertad por excelencia, muchas veces hablaste de ella
Tal vez me tardé en encontrarla
O la duda impedía levantarme de mí misma

Es que es la paz que se atreve a merodear
Buscando y encontrando vaivenes plácidos
Un regocijo genérico, mas no cíclico
Un instante perenne como el primer sentido