Meses han pasado desde la última vez en que subí una entrada, no soy muy buena con los hábitos, ergo me inclino a la espontaneidad, sobre todo en lo referente a esta raya del mar que es mi vida.
Prefiero en este minuto, desafiar al delirio
mesiánico que me invade, cada vez que escribo algo dirigido al público- si es
que éste existe-. De tal forma, me he sumergido en mi gran pasión - como mera
amante, he de decir- : la Música.
Una vez escuché a Gustavo Cerati diciendo que él
no provenía de la escuela de Dylan,
en donde las palabras fueran lo central de su mensaje; prefiriendo, por lo
tanto, las melodías, de modo que la letra viniese como anillo al dedo. Raro,
considerando que en los últimos años de músico activo, él, a mí parecer y de
los críticos, no parecía dejar en segundo plano ninguna de sus virtudes como
escritor.
Así, considero - no a título de verdad,
porque ni creo en ella- que en la música hay poesía, o la poesía, sin
mezquindad alguna de su parte, se considera a ella misma música. Una música que
resulta ser mucho más cuestionable en su esencia, porque ni es oreja, o puede ser utilizada como una
banda sonora de algún relato egoísta.
Sin ánimos de alargar mi escrito, dejo aquí una
de mis canciones favoritas desde que la música comenzó a agradarme. Mucho más,
cuando fui entendiendo la letra de la misma. Curioso fue darme cuenta que la
melodía, la cual fue por mucho tiempo el centro de mi interés, coincidía con la
letra que luego dedique a escuchar. Siendo, en este momento, sus palabras y
cada una de sus sílabas, las razones por la cual me llaman a leerla de
nuevo.
Dumb, Nirvana.
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